Obediencia Activa-Pasiva de Cristo

Se acostumbra distinguir entre la obediencia activa y la pasiva de Cristo. Pero al distinguir una de la otra, debe entenderse bien que no pueden separarse. Las dos se acompañan en cada momento de la vida del Salvador. Hay una constante interpenetración de las dos. Fue una parte de la obediencia activa de Cristo que se sujetó voluntariamente a los sufrimientos y muerte. El mismo dice: "Nadie me quita mi vida, sino que yo de mí mismo la pongo", Juan 10: 18. Por otra parte también correspondió a la obediencia pasiva de Cristo que viviera sujeto a la ley. El haber actuado en la forma de siervo constituyó un elemento importante de sus penalidades. La obediencia activa y pasiva de Cristo debe considerarse complementaria de un todo orgánico. Al discutirlo debe tomarse en cuenta la triple relación en que Cristo estuvo bajo la ley, es decir, la natural, la representativa, y la penal. El hombre demostró su fracaso en cada una de estas relaciones. No guardó la ley en sus aspectos natural y representativo, no está ahora en posición de pagar el castigo para ser restaurado al favor de Dios. En tanto que Cristo entró en la primera relación por su encarnación, únicamente entró en la vida mediante la segunda y tercera. Y con éstas tenemos que ocuparnos al tratar esta relación en particular.

 

1. La obediencia activa de Cristo. Cristo como Mediador entró en la relación representativa en la que estuvo Adán en el estado de integridad, con objeto de

merecer para el pecador la vida eterna. Esto constituye la obediencia activa de Cristo que consiste en todo lo que El en su aspecto representativo hizo para obedecer la ley, como condición para obtener vida eterna. La obediencia activa de Cristo era necesaria para que su obediencia pasiva, fuera aceptable a Dios, es decir, convertirlo en objeto del beneplácito de Dios. Sólo en atención a esto, Dios estima los sufrimientos de Cristo en forma diferente de la que estima los sufrimientos de los perdidos. Además, si Cristo no hubiera prestado obediencia activa, su naturaleza humana misma hubiera fracasado ante las justas demandas de Dios, y no hubiera sido capaz de hacer expiación por otros. Y, finalmente, si Cristo hubiera sufrido nada más el castigo impuesto al hombre, los que participan de los frutos de su obra habrían quedado en el lugar exacto en donde Adán estuvo antes de la caída. Cristo ganó para los pecadores mucho más que el perdón de los pecados. Según Gal 4: 4, 5, los pecadores por medio de Cristo obtienen la libertad de la ley como la condición de la vida, son adoptados para ser hechos hijos de Dios, y como hijos también son herederos de la vida eterna, Gal 4: 7. Todo esto está condicionado fundamentalmente en la obediencia activa de Cristo. Por medio de Cristo la justicia de la fe substituye a la justicia de la ley, Rom. 10: 3, 4. Pablo nos dice que mediante la obra de Cristo "la justicia de la ley se cumple en nosotros", Rom. 8: 3, 4; y que nosotros somos hechos "justicia de Dios en El", II Cor. 5: 21. Según Anselmo la vida de obediencia de Cristo no tuvo importancia redentora, puesto que tal obediencia ya se la debía a Dios. Sólo los sufrimientos del Salvador constituyeron una apelación a Dios y fueron básicos para la redención de los pecadores. Siguiendo una línea similar de pensamiento, Piscator, los arminianos del Siglo XVII, Richard Watson, R. N. Davies y otros eruditos arminianos niegan que la obediencia de Cristo haya tenido la importancia redentora que nosotros le atribuimos. Su negación se funda especialmente sobre dos consideraciones:

 

a. Cristo necesitó su obediencia activa para sí mismo en su carácter de hombre. Estaba bajo la ley, estaba obligado a guardarla por sí mismo. Contestando a esto debe decirse que Cristo, aunque poseía naturaleza humana, era, no obstante, una persona divina, y en ese carácter no estaba sujeto a la ley en su aspecto representativo, la ley como condición de vida en el pacto de obras. No obstante, "en su carácter de último Adán Cristo tomó el lugar del primero. El primer Adán estuvo por naturaleza bajo la ley de Dios, y obligado a la obediencia de ella como primer Adán, lo que no le daba derecho a alguna recompensa. Cuando Dios entró por pura bondad en su pacto con Adán y le prometió vida en el camino de la obediencia, fue sólo entonces cuando dicha obediencia a la ley se convirtió en condición para obtener vida eterna para él y para sus descendientes. Y cuando Cristo entró voluntariamente en relaciones representativas como el último Adán, la obediencia a la ley adquirió, como es natural, la misma importancia para El y para todos aquellos que el Padre le dio.

 

b. Dios demanda, o puede demandar, nada más, una de dos cosas del pecador. Sea obediencia a la ley, o sujeción al castigo; pero no las dos. Si se obedece la ley, el castigo no puede infligirse; y si se recibe el castigo, ninguna otra cosa puede ya demandarse. No obstante, hay aquí alguna confusión que

resulta en error. Este "o bien,... o" se aplica al caso de Adán antes de la caída, pero deja de aplicarse en el momento en que pecó y entró bajo la relación penal de la ley. Dios continuó demandando obediencia del hombre, pero en adición a eso le requirió que pagara el castigo de la pasada transgresión.

 

Satisfacer este doble requerimiento era el único camino de la vida después de que el pecado entró en el mundo. Si Cristo hubiera nada más obedecido la ley y no hubiera pagado el castigo, no hubiera podido ganar un título a vida eterna para los pecadores; y si hubiera únicamente pagado el castigo, sin pagar las demandas originales de la ley, hubiera dejado al hombre en la posición en que Adán estuvo antes de la caída enfrentándose todavía a la tarea de obtener la vida eterna en el camino de la obediencia. No obstante, Cristo mediante obediencia activa llevó a su pueblo más allá de aquel punto y les dio derecho a la vida eterna.

 

2. La obediencia pasiva de Cristo. Cristo como nuestro Mediador entró también en relación penal con la ley para pagar el castigo en nuestro lugar. Su obediencia pasiva consistió en pagar el castigo del pecado mediante sus padecimientos y muerte, y así satisfizo la deuda de todo su pueblo. Los sufrimientos de Cristo, que ya hemos descrito, no vinieron sobre El por accidente, ni como resultado de circunstancias de estricto carácter natural. Fueron puestas sobre El judicialmente como nuestro representante y por lo tanto fueron verdaderas penalidades de castigo.

 

El valor redentor de estos sufrimientos resulta de los siguientes hechos: Fueron llevados por una persona divina que, tan sólo en virtud de su deidad, pudo aguantarlos hasta el final y así verse libre de ellos. En vista del infinito valor de la persona que aceptó pagar el precio y soportar la maldición, tales sufrimientos satisfacen la justicia de Dios en forma esencial e intensiva. Fueron sufrimientos estrictamente morales, porque Cristo los llevó sobre sí mismo por su voluntad, y fue perfectamente inocente y santo al sufrirlos. La obediencia pasiva de Cristo sobresale en forma prominente en pasajes como los siguientes: Isa. 53: 6; Rom. 4: 25; I Ped. 2 : 24; 3: 18; I Juan 2: 2, en tanto que su obediencia activa se enseña en pasajes como Mat. 3 : 15 ; 5 : 17, 18 ; Juan 15 : 10 ; Gal 4: 4, 5; Heb. 10 : 7-9, en relación con los pasajes que nos enseñan que Cristo es nuestra justicia, Rom. 10 : 4; II Cor. 5 : 21 ; Fil 3 : 9 ; y que El nos aseguró la vida eterna, la adopción de hijos, y la herencia eterna, Gal 3: 13, 14; 4 : 4, 5 ; Ef. 1 : 3-12 ; 5 : 25-27. Los arminianos están dispuestos a admitir que Cristo, mediante su obediencia pasiva ganó para nosotros el perdón de los pecados, pero se niegan a conceder que El también ganó para nosotros la aceptación positiva ante Dios, la adopción de hijos, y la vida eterna.