Prueba de la Doctrina

 

En primer lugar, se trata de un esquema sencillo, armónico y coherente. No supone ningunos propósitos contradictorios en la mente divina; que primero se propusiera una cosa, y luego otra; ni que se propusiera fines que luego no son llevados a cabo; ni la declaración de principios en conflicto con litros que sean innegables. Todas las partes de este inmenso plan admiten su reducción a un propósito todo inclusivo tal como estuvo oculto durante eras en la mente divina. El propósito de crear, de permitir la caída, de elegir a algunos para vida eterna, mientras que otros son pasados por alto, de enviar a Su Hijo para redimir a Su pueblo, y de dar el Espíritu para aplicar esta redención, son propósitos que armonizan entre sí, constituyendo un plan coherente. Las partes de este esquema no son simplemente armónicas, sino que están relacionadas de tal manera que unas involucran a las otras, de manera que si una queda demostrada, se implica la verdad del resto. Si Cristo fue entregado para la redención de Su pueblo, entonces la redención de Su pueblo resulta segura, y entonces las operaciones del Espíritu deben, en el caso de ellos, ser desde luego eficaces; y si tal es el designio de la obra de Cristo y la naturaleza de la influencia del Espíritu, entonces los que son objetos de la primera y sujetos de la otra, tienen que perseverar en santidad hasta el fin. O si comenzamos con cualesquiera de los otros principios ya mencionados, sigue el mismo resultado. Si se demuestra o concede que la Caída arrastró a la humanidad a un estado de pecado y miseria del que nada podían hacer para salir, entonces de ello sigue que la salvación tiene que ser por gracia; que es de Dios y no de nosotros el que estemos en Cristo; que el llamamiento es eficaz; que la elección es por el beneplácito de Dios; que el sacrificio de Cristo asegura la salvación de su pueblo; y que no pueden apartarse fatalmente de Dios. Y así con todo el resto. Admítase que la muerte de Cristo asegura la salvación de Su pueblo, y todo el resto sigue de ello. Admítase que la elección no es por obras, y todo el plan tiene que ser admitido como verdadero. Admítase que nada sucede contrario a los propósitos de Dios, y de nuevo se tiene que admitir todo el esquema Agustiniano. Apenas si puede haber una prueba más clara de que comprendemos una máquina complicada que el hecho de que podamos poner en su sitio todas sus piezas de manera que cada una esté exactamente en su lugar, siendo que ninguna de ellas admite su sustitución por otra, y que toda ella queda completa y dispuesta para funcionar. Tal es el orden de las obras de Dios que si se le da a un naturalista un solo hueso, puede construir todo el esqueleto del que forma parte; y tal es el orden de su plan de redención que si se admite una de las grandes verdades que incluye, se debe aceptar todo el resto. Éste es el primer gran argumento en apoyo del esquema doctrinal Paulino o Agustiniano.