La Naturaleza Gratuita
Por la naturaleza gratuita de Ia salvación.
Otro hecho decisivo es que la salvación es por gracia. Las dos ideas de gracia y obras; de don y deuda; de favor inmerecido y lo que es merecido; de lo que se debe atribuir al beneplácito del dador y lo que se debe atribuir al carácter o estado del receptor, son mutuamente contradictorias. La una excluye a la otra. «Si por gracia, ya no es a base de obras; de otra manera, la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera, la obra ya no es obra» (Ro 11 :6). Nada acerca del plan de salvación es más claramente revelado, ni sobre nada se insiste de manera más intensa, que acerca de su gratuidad, de comienzo a fin. «Por gracia sois salvos» está gravado en casi cada página de la Biblia, y en los corazones de todos los creyentes.
(1) Fue cuestión de gracia que se dispusiera un plan de salvación para el hombre caído, y no para los ángeles caídos.
(2) Fue por gracia que este plan fue revelado a unas partes de nuestra raza y no a otras.
(3) La aceptación o justificación de cada heredero individual de la salvación es asunto de gracia.
(4) La obra de la santificación es una obra de gracia, esto es, una obra llevada a cabo por el poder inmerecido, sobrenatural, del Espíritu Santo.
(5) Es por la gracia que de los que oyen el evangelio algunos acepten la gracia que les es ofrecida, mientras que otros la rechazan. Todos estos puntos están tan claramente enseñados en la Biblia que son prácticamente reconocidos por todos los cristianos. Aunque se niegan para dar satisfacción al entendimiento, son aceptados por el corazón, tal como queda evidente en las oraciones y alabanzas de la Iglesia en todas las eras y en todas sus divisiones. Que el llamamiento o regeneración del creyente es por la gracia, esto es, que el hecho de su llamamiento tiene que ser atribuido a Dios, y no a nada en él mismo, es algo acerca de lo que el Apóstol Pablo insiste de manera especial en casi todas sus epístolas. Por ejemplo, en I Co 1:17-31. Se le había objetado que no predicaba «con sabiduría de palabras». Él se vindicó mostrando, primero, que la sabiduría de los hombres de nada les había valido para alcanzar el conocimiento salvador de Dios; y segundo, que cuando el evangelio de la salvación fue revelado, no fueron los sabios los que lo aceptaron. Como prueba de este último punto, apeló a la misma experiencia de ellos. Se refirió al hecho que de entre ellos Dios no había escogido a los sabios, a los grandes o a los nobles, sino a los insensatos, a los débiles y a los menospreciados. Dios lo había hecho. Era Él que había decidido quién debería ser llevado a aceptar el Evangelio, y quiénes serían dejados a sí mismos. Él tenía un propósito en esto, y este propósito era que aquellos que se glorían se gloríen en el Señor, esto es, que nadie pudiera atribuir su salvación (el hecho de que él esté salvado, mientras que otro no lo está) a sí mismo. Porque, añade el Apóstol, es por Él que estamos en Cristo Jesús. Nuestra unión con Cristo, el hecho de que somos creyentes, debe sede atribuido a Él, y no a nosotros mismos.