Argumento Escritural

 

Argumento en base de los hechos de la Escritura.

La tercera fuente de prueba acerca de esta cuestión se encuentra en los hechos de la Biblia, o en las verdades que se revelan llanamente en ella. El Agustinianismo es el único sistema consecuente con estos hechos o verdades. 

1. Esto se evidencia primero en base de la clara revelación que la Escritura hace de Dios como infinitamente exaltado por encima de todas Sus criaturas, y como el fin último así como la fuente de todas las cosas. Es por cuanto Él es infinitamente grande y bueno que Su gloria es el fin de todas las cosas, y que Su beneplácito es la más elevada razón de todo lo que llega a acontecer. ¿Qué es el hombre para que alterque con Dios, o que mantenga que son sus intereses antes que los de Dios los que han de ser el fin último? Las Escrituras no sólo afirman la absoluta soberanía de Dios, sino que enseñan que está basada, primero, en Su infinita superioridad sobre todas las criaturas; segundo, sobre Su relación con el mundo y todo lo que contiene, como Creador y preservador, y por ello como dueño absoluto; y, en tercer lugar, por lo que respecta a nosotros los hombres, en nuestra total pérdida de todo derecho en cuanto a Su misericordia, por nuestra apostasía. El argumento es que el Agustinianismo es el único sistema que concuerda con el carácter de Dios y con Su relación con Sus criaturas tal como se revela en la Biblia. 

2. Es un hecho que los hombres son una raza caída; que por su enajenación de Dios están envueltos en un estado de culpa y de contaminación, del que no se pueden liberar a sí mismos. Por la culpa que han contraído han perdido todo derecho ante la justicia de Dios; con toda justicia podrían ser dejados en perdición; y por su depravación se han hecho totalmente incapaces de volver a Dios, o para hacer nada espiritualmente bueno. Estos son unos hechos ya demostrados. El sentimiento de culpa es universal e indestructible. Todos los pecadores conocen el justo juicio de Dios, y que son dignos de muerte. La incapacidad de los pecadores no es sólo declarada clara y repetidamente en las Escrituras, sino que es demostrada por toda la experiencia, por la común conciencia de los hombres,  Y, naturalmente, por la conciencia de cada persona individual, y especialmente de cada hombre que haya sido o que sea verdaderamente convencido de pecado. Pero si los hombres son así incapaces de cambiar sus propios corazones, para prepararse a sí mismos para este cambio, o para cooperar en su producción, entonces tienen que ser falsos todos aquellos sistemas que presuponen la capacidad del pecador y que mantienen que la distinción entre los que se salvan y los que se pierden radica en el empleo hecho de esta capacidad. Son contrarias a los hechos. Son inconsecuentes con lo que cada hombre, en lo más hondo de su corazón, sabe cierto. Lo que se quiere ilustrar cuando las Escrituras compara a los pecadores con muertos, e incluso con huesos secos, es su total impotencia. A este respecto, todos son iguales. Si Cristo pasara por un cementerio, y dijera a uno u a otro que saleira, la razón por la que uno seria restaurado a la vida y otro no sólo podría encontrarse en Su beneplácito. Por la misma naturaleza del caso, no se podría encontrar en los mismos muertos. Por ello, si las Escrituras, la observación y la consciencia nos enseñan que los hombres son incapaces de restaurarse a sí mismos a la vida espiritual, el hecho de que sean vivificados tiene que ser atribuido al beneplácito de Dios.