Su Naturaleza
Es evidente que esta obra de Cristo no debe disociarse de su sacrificio expiatorio, en el cual halla la base necesaria. No es sino la continuación de la obra sacerdotal de Cristo, llevada hasta su perfección. Comparada con la obra sacrificadora, su ministerio de intercesión sólo recibe poca atención. Hasta en círculos evangélicos se da, frecuentemente, la impresión, quizá sin entenderlo, de que la obra del Salvador cumplida en la tierra fue mucho más importante que los servicios que El presta ahora en el cielo. Parece que se entiende poco que en el Antiguo Testamento la ministración diaria en el templo culminaba con la quema del incienso, la cual simbolizaba el ministerio de intercesión ; y que el rito anual del gran Día de la Expiación alcanzaba su punto más alto cuando el Sumo Sacerdote pasaba del velo adentro con la sangre de la reconciliación. Tampoco puede decirse que se haya entendido suficientemente el ministerio de la intercesión. Los cristianos no remachan la atención en ello, y puede ser que esto sea la causa y también el resultado del extendido fracaso para entenderlo. La idea prevaleciente es que la intercesión de Cristo consiste exclusivamente en la oración que ofrece por su pueblo. Ahora bien, no puede negarse que estas oraciones constituyen parte importante de la obra intercesora de Cristo, pero que no son el total de ella. El punto fundamental que hay que recordar es que el ministerio de la intercesión no debe disociarse de la expiación, puesto que son dos aspectos de la misma obra redentora de Cristo, y de los dos debe decirse que se funden en uno. Martin encuentra que los dos aparecen constantemente en yuxtaposición y se relacionan tan estrechamente en la Escritura, que se siente justificado al hacer la siguiente afirmación: "La esencia de la intercesión es la reconciliación y la reconciliación es esencialmente .una intercesión. O, quizá, para poner la paradoja en forma blanda : La expiación es verdadera, verdadero sacrificio y ofrenda, y no una mera fortaleza pasiva, porque en su naturaleza íntima es una inter-cesión activa e infalible; en tanto que, al contrario, la intercesión es verdadera intercesión, intercesión judicial, representativa y sacerdotal, y no un mero ejercicio de influencia, porque esencialmente es una expiación u ofrenda substitucionaria, perfeccionada de una vez por todas en el Calvario y ahora perpetuamente presentada y gozando la experiencia de perpetua aceptación en el cielo". Analizándola, encontramos los elementos siguientes en la intercesión de Cristo:
1. Precisamente, como el Sumo Sacerdote en el gran Día de la Expiación entraba al Lugar Santísimo con un sacrificio completo para presentarlo a Dios, así entró Cristo en el Lugar Santo celestial con su sacrificio completo, perfecto, y todo suficiente y lo ofrendó al Padre. Y exactamente así como el Sumo Sacerdote al entrar al Lugar Santo llegaba a la presencia de Dios, llevando simbólicamente las tribus de Israel sobre su pecho, así Cristo se presentó delante de Dios como el representante de su pueblo y reinstaló de este modo a la humanidad en la presencia de Dios. A este hecho se refiere el escritor de Hebreos cuando dice: "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios", Heb. 9: 24. Los teólogos Reformados con frecuencia dirigen la atención a que la presencia perpetua del sacrificio completo de Cristo delante de Dios contiene en sí misma un elemento de intercesión como recordador constante de la perfecta reconciliación efectuada por Cristo Jesús.
Es algo parecido a la sangre de la pascua, de la cual dijo el Señor: "Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros", Ex 12: 13.
2. Hay también un elemento judicial en la intercesión, precisamente como lo hay en la expiación. Mediante ésta Cristo satisfizo todas las demandas justas de la ley, de tal manera que ningún cargo legal puede presentarse en justicia en contra de aquellos por quienes El ha pagado el precio. No obstante, Satanás el acusador, está siempre ocupado en traer acusaciones en contra de los elegidos; pero Cristo las afronta todas, señalando a su obra completa. El es el paráclito, el Abogado de su pueblo que responde a todos los cargos que se presentan contra ellos. Se nos recuerda esto no solamente por el nombre "Paráklito", sino también por las palabras de Pablo en Rom. 8: 33, 34: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó de los muertos, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". Aquí está presente con toda claridad el elemento judicial. Compárese también Zac. 3: 1, 2.
3. No solamente tiene que ver la obra intercesora de Cristo con nuestro estado judicial; sino que también se relaciona con nuestra condición moral, nuestra gradual santificación. Cuando nos dirigimos al Padre en el nombre de Cristo, El santifica nuestras oraciones. Ellas lo necesitan porque frecuentemente son demasiado imperfectas, triviales, superficiales y hasta insinceras, aunque se dirigen ante uno que es perfecto en santidad y majestad. Y además de convertir nuestras oraciones en aceptables también santifica nuestros servicios en el Reino de Dios. Esto es necesario, porque con frecuencia tenemos conocimiento cabal del hecho de que no brotan de los motivos más puros; y que aun cuando brotaran de ellos, están todavía demasiado lejos de aquella perfección que las convertiría por sí misma en aceptables para un Dios santo. La plaga del pecado se encuentra sobre todas ellas. Por eso dice Pedro : "Acercándoos a Él, piedra viva, desechada, ciertamente, por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo". El ministerio de intercesión de Cristo es también un ministerio de cuidado amante para su pueblo. Los ayuda en sus dificultades, en sus pruebas y en sus tentaciones. "Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado: pues en cuanto El mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados", Heb. 4: 15; Heb. 2: 18.
4. Y en la intercesión y a través de toda ella, hay, finalmente, también el elemento de oración en favor del pueblo de Dios. Si la intercesión es inseparable de la obra expiatoria de Cristo se sigue que la oración de intercesión debe estar relacionada con las cosas que pertenecen a Dios (Heb. 5: 1), para completar la obra de redención. Que este elemento está incluido, es evidente del todo según se deduce de la oración intercesora en Juan 17, en donde Cristo dice explícitamente que El ora por los apóstoles y por aquellos que por medio de la palabra de ellos creerán en El.
Es un pensamiento consolador que Cristo esté orando por nosotros aun cuando seamos negligentes en nuestra vida de oración; que El esté presentando al Padre aquellas necesidades espirituales que no estaban presentes en nuestras mentes y que a menudo nos descuidamos de incluirlas en nuestras oraciones; y que El ora para que seamos protegidos en contra de los peligros de los que no tenemos todavía conocimiento, y en contra de los enemigos que nos amenazan, aunque no lo sepamos. Está orando para que nuestra fe no se agote, y para que salgamos victoriosos en el final.