Según la Experiencia

 

Toda la história de la Iglesia, y la diaria observación de los cristianos, demuestra la soberanía de Dios en la dispensación de bendiciones salvadoras, sobertanía por la que contienden los Agustinianos. Es cierto, y desde luego primordial, que Dios es un Dios que guarda el pacto, y que su promesa es para Su pueblo y para su descendencia tras ellos hasta la tercera y cuarta generación. Por ello, es cierto que su gracia es dispensada, aunque no de manera exclusiva, pero sí de manera conspicua, en la línea de sus descendientes. Segundo, también es cierto que Dios ha prometido que Su bendición acompañará a la enseñanza fiel. Él manda a los padres que crien a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor; y les promete que si son, instruidos en el camino en que deben ir, aunque fueren viejos no se apartarán de él. Pero no es cierto que la regeneración sea producto de la cultura. Los hombres no pueden ser transformados en cristianos por la educación, como sí pueden ser instruidos para recibir conocimiento o moral. La conversión no es el resultado deI desarrollo de un germen de vida espiritual comunicado en el bautismo ni derivado por descendencia de padres  piadosos. Todo está en manos de Dios. Así como cuando Cristo estaba en la tierra sanó a uno y a otro mediante una palabra, así ahora mediante Su Espíritu Él sana a quien quiere, Este hecho está demostrado por toda la historia. Algunos períodos de la Iglesia han sido notables por estas exhibiciones de Sus poderes, mientras que otros han pasado con pocas manifestaciones incidentales de Su gracia salvadora. 

 

En la Era Apóstolica hubo miles de conversiones; muchos eran añadidos diariamente a la Iglesia de los que debían ser salvos. Luego, en la era Agustiniana hubo una amplia difusión de la influencia salvadora del Espíritu. Aún más conspicuo fue este caso en la Reforma. Tras una larga decadencia en Gran Bretaña vino el maravilloso avivamiento de la verdadera religión bajo Wesley y Whitefield. Contemporáneamente se ha dado un gran despertar por todo este país. Y así, de tiempo en tiempo, y en todas partes de la Iglesia, vemos las evidencias de las intervenciones especiales y soberanas de Dios. La soberanía de estas dispensaciones es igual de manifiesta como la exhibida en los siete años de abundancia y los siete años de escasez en tiempos de José. Cada pastor, casi cada padre, pueden dar testimonio de la misma verdad. Oran y trabajan durante largo tiempo, y aparentemente sin éxito; y luego, frecuentemente cuando no lo esperan, viene el derramamiento del Espíritu. Tienen lugar cambios en el estado y carácter de los hombres que nadie puede producir en los demás; y que nadie puede producir en sí mismo; cambios que tienen que ser atribuidos a la acción inmediata del Espíritu de Dios. Estos son hechos. No pueden ser negados razonablemente. No pueden ser racionalizados. Demuestran que Dios actúa como soberano en la distribución de Su gracia. Y con esta realidad no se puede reconciliar otro esquema más que el Agustiniano. Si la salvación es por gracia, como lo enseñan claramente las Escrituras, entonces no es por obras, tanto si son reales como si son vistas anticipadamente.