5.1 El Oficio Profético

LA IDEA BÍBLICA DE PROFETA

 

1. Los términos usados en la Escritura. El Antiguo Testamento usa tres palabras para designar el profeta, es decir, nabhi, ro'eh, y chozeh. El significado radical de la palabra nabhi es incierto, pero con toda evidencia se descubre en pasajes como Ex 7: 1 y Deut. 18: 18 que la palabra designa a uno que viene con un mensaje de Dios para el pueblo. Las palabras ro'eh y chozeh acentúan el hecho de que el profeta es uno que recibe revelaciones de Dios, particularmente en forma de visiones. Estas palabras se usan de manera indistinta. Otras designaciones son "hombre de Dios", "mensajero de Dios", y "vigilante". Estos nombres indican que los profetas están en el servicio especial del Señor, y vigilan los intereses espirituales del pueblo. En el Nuevo Testamento se usa la palabra prophétes, que está compuesta de pro y phemi.

 

La preposición no es temporal en este caso. Consecuentemente, la palabra prophemi no significa "predecir" sino "expresar". El profeta es uno que expresa o que dice lo que Dios quiere. De los dos nombres, tomados en conjunto, reunimos el significado de que, profeta es uno que ve las cosas, es decir, que recibe revelaciones, que está en el servicio de Dios particularmente como mensajero, y que habla en nombre de Dios.

 

2. Los dos elementos combinados en la idea. Los pasajes clásicos, Ex 7: 1 y Deut. 18: 18 indican que hay dos elementos en la función profética, uno pasivo y el otro activo; uno receptivo y el otro productivo. El profeta recibe revelaciones divinas en sueños, visiones, o comunicaciones verbales; y pasa éstas al pueblo, sea oral o visiblemente, en acciones proféticas, Núm. 12: 6-8; Isa. 6; Jer. 1: 4-10; Ez. 3: 1-4, 17. De estos dos elementos el pasivo es el más importante, debido a que controla al elemento activo. Sin recibir, el profeta no puede dar, y no puede dar más de lo que recibe. Pero el activo también es un elemento integral. Uno que recibe revelación no es todavía necesariamente un profeta. Pensemos en Abimelec, Faraón y Nabucodonosor que recibieron revelaciones. Lo que constituye al profeta es el llamamiento divino, y la instrucción para comunicar la revelación divina a otros.

 

3. El deber de los profetas. Era el deber de los profetas revelar la voluntad de Dios al pueblo. Esto podía hacerse en forma de instrucción, admonición y exhortación, promesas gloriosas, o amargas reprensiones. Fueron los monitores ministeriales del pueblo, los intérpretes de la ley, especialmente en sus aspectos morales y espirituales. Era su deber protestar en contra del mero formalismo, acentuar el deber moral, hacer presión sobre la necesidad del servicio espiritual, y promover los intereses de la verdad y de la justicia. Si el pueblo se apartaba de la senda del deber, tenían que llamarlos a que volvieran a la ley y al testimonio, y tenían que anunciarles el terror que había de venir de parte del Señor sobre los malvados. Pero su trabajo estaba también íntimamente relacionado con la promesa, las promesas de gracia de Dios para el futuro. Fue su privilegio describir las cosas gloriosas que Dios tenía reservadas para su pueblo. También se hace evidente por medio de la Biblia que los verdaderos profetas de Israel tipificaron al gran profeta del futuro que

había de venir, Deut. 18: 15, compárese Hech. 3: 22-24, y que ya estaba funcionando por medio de ellos en los días del Antiguo Testamento, 1 Ped. 1: 11.